Cuando no hay acuerdo entre las partes, un juego puede ser una buena solución para resolver un problema. Ese era el método que Karina, Fernanda, Miguel y Rodolfo usaban para resolver los problemas cuando no lograban ponerse de acuerdo.
En el juego, Karina estaba muy atenta a hacer cumplir las reglas del juego; Fernanda era bastante calculadora y era la mas dura rival cuando jugaban; Miguel era menos experto jugando y Rodolfo era quien más discutía durante el juego.
Desde hacía varios años, acostumbraban encontrarse durante las vacaciones educativas en la finca de la abuela centenaria, ubicada en Arbeláez – Cundinamarca, llamada: la manga. La manga era una finca con muchos arboles frutales, el nombre de la manga se lo dieron por un gran árbol de mangas dulces, sembrado detrás de la casa con más de treinta metros de altura, y que entre más crecía, producía más mangas; fue sembrada por la abuela cuando nació el primer nieto y estaba cerca de cumplir setenta años de sembrada.
La abuela tenía fama de malgeniada, pero todos los nietos la querían mucho; no sabía leer, pero sabía muchas coplas e historias del pueblo; por ejemplo, sabía que la televisión se había demorado 40 años para llegar a Arbeláez por falta de electricidad.
Los nietos habían convertido el juego de parqués en una tradición familiar, que permitía resolver problemas combinando la astucia y el azar. Y como todos los días, de vacaciones, los primos se reunían en las tardes, en el quiosco que también se encontraba detrás de la casa, invocaban hacer un juego de parqués y decidian quien lavaría los platos al día siguiente. La abuela había establecido, desde hacía varios años, que en vacaciones los nietos, que estaban en bachillerato, eran los encargados de lavar los platos y arreglar la cocina después del almuerzo.
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